
9 · FASGAR – LABANIEGO
FASGAR – LABANIEGO (37,6 Kms)
El ascenso inicial por el Valle de Urdiales nos lleva al Collado de Campo, un espectacular balcón al anfiteatro de cumbres del Campo de Santiago a cuya depresión descendemos para dar caza al Río Boeza.
Este caudal de agua nos dirigirá por un bello tramo encajonado hasta el pueblo con el nombre más largo del territorio español, Colinas del Campo de Martín Moro Toledano. Igüeña servirá para una acogedora sobremesa, y posteriormente nos iremos adentrando en el Valle de Noceda, donde Labaniego nos sorprende con un singular alojamiento.
Hola amig@s!
Hoy afrontamos la cota más alta de este Camino, con muchas ganas de empezar a rodar, o a caminar, porque nos sentiremos un poco peregrinos a pie, al menos durante la primera parte de la jornada.
Nos despedimos del fabuloso Albergue de Peregrinos de Fasgar, que por el módico precio de 10€ dispone de buenas comodidades.


Desde luego entramos rápidamente en calor ya que la etapa se inicia en ascenso.
Recorremos las calles de Fasgar entre sus tradicionales casas de piedra con tejados de pizarra y volviendo a saludar al Río Vallegordo, que a la altura de un pequeño puente de factura medieval se funde entre las corrientes de los Arroyos de Urdiales y Fasgarejo.

También aquí encontramos la Ermita del Santo Cristo, con entrada porticada a base de arco de medio punto, muy similar a la que vimos en Posada de Omaña.
Continuamos callejeando la localidad advirtiendo el pico El Cueto, de 1637 metros de altura y que hace de bandera de salida de Fasgar. Aquí, una pendiente media del 11% frena nuestro buen progreso de inicio y casi lo hace también con la digestión del desayuno.
La ganancia de altura ya nos permite adivinar el pico Sesteadero de Buey de Fraile de 1904 metros de altitud, gran referente de este ascenso ya que transitaremos su falda norte hasta el Collado de Campo.

Un collado delimitado por el otro flanco por un cordal de peñas que desciende desde el pico Los Tres Altos, en la Sierra de Gistredo.
Lejos de venirnos abajo por lo que nos queda por delante, el bonito entorno natural formado por el Río Urdiales solo hace empujarnos hacia adelante, aunque sea en forma de motivación cuando tenemos que bajarnos y tirar de nuestro medio de transporte.

Este precioso valle remonta el el Urdiales hasta su nacimiento, allí donde se adivinan las cumbres de La Peñona y el Tambarón, dos cimas muy próximas entre sí y que rondan los 2100 metros de altitud.
El lugar es una maravilla, si vais con tiempo merece la pena contemplar la riqueza de sus vegas, bien aprovechadas por el sector ganadero.

Le damos ahora la espalda al valle virando al suroeste, entre avellanos, robles y abedules, cruzando un paso canadiense para llegar a Las Fuentes.
Este manantial de agua recoge el caudal de uno de los múltiples arroyos que bajan al valle y lo canaliza en tres caños. En un lateral hay un poema del autor Samuel Rubio.
Aprovechamos para saciar la sed y llenar los bidones antes de reanudar la marcha.
Todavía nos quedan repechos entre el 10 y el 16 por ciento de inclinación que nos colocarán a más de 1600 metros de altura.

Y por fin coronamos en el Collado de Campo a 1643 metros de altitud. Un espectacular balcón al hermoso Valle conocido como Campo de Santiago, todo un anfiteatro de rodeado de cumbres cuya depresión estaba cubierta de hielo hace miles de años, en la última glaciación.



Hoy es una extensión de verdes pastizales por el que discurre el Río Boeza, caudal al que tenemos que dar caza en el siguiente descenso.


Pero no lo haremos dirigiéndonos hacia esa explanada, todo lo contrario, la señales nos conducirán a un terreno más escarpado fruto de la presión ejercida entre las Sierras de Gistredo y Vizbueno (Las Peñonas de Vizbueno)


Pero antes de acometer este tramo, todavía podemos aprovechar el zigzagueo del trazado que deja al descubierto por un lado, nuevas estampas del valle, y por el otro lado la solitaria Ermita de Santiago.

Fantástico enclave de la ubicación de este templo, que congrega aquí a sus romeros cada 25 de julio en las fiestas en honor al patrón.

La Ermita es de una sola nave con tres contrafuertes en ambos costados, cubierta de pizarra y dispone de una pequeña espadaña.

Los orígenes del edificio pueden datarse en el siglo IX, ante la necesidad de crear un lugar de culto y refugio para los peregrinos que elegían esta variante ante la inseguridad de otros caminos. La Ermita evolucionó en su construcción con los años hasta que a finales del siglo XVIII quedó en ruinas. La que hoy se mantiene en pie fue levantada en el siglo XIX.
En su interior, en el Altar, una figura de Santiago Matamoros preside su retablo. Y es que la leyenda cuenta en que este lugar, en el siglo X, el ejército de de Ramiro II, rey de León, derrotó a las tropas musulmanas de Almanzor. Esta victoria se conmemoró con la construcción de la Ermita.
Nos dirigimos hacia donde se encajona el valle en busca del Río Boeza, unas veces haciendo de bicigrinos y otras de peregrinos.
Una señal nos da la bienvenida a la Comarca de El Bierzo para despedirse así de la de Omaña.

Ya os adelantamos que a partir de aquí progresar por esta garganta no va a ser un camino de rosas para los bicigrinos. Pero qué queréis que os diga, aunque sea de este modo, es un auténtico placer disfrutar de este regalo de la naturaleza.
Hay senderos cerrados de vegetación, la mayoría empedrados y otros de roca pura, algunos que se asoman con vértigo a caídas de ciertos desniveles espectacularmente abanderados por ciertos riscos, como Las Torres de Vizbueno al oeste o los Picos de Arcos del Agua, al este en la Sierra de Fernán Pérez.
Mientras nos sobrecoge esa sensación de sentirnos atrapados por la vertical orografía miramos por las laderas a ver si cae la breva de divisar algún ejemplar de oso. Es difícil, pero algún peregrino que otro ha conseguido verlos.
Nosotros no tendremos tanta suerte, así que continuamos el descenso internándonos en el Bosque conocido como El Paleiro. Seguimos bajando a pie ya que la senda es estrecha y el firme sigue presentando buenos cantos rodados; de hacerlo montados podríamos perder el equilibrio fácilmente con una mala rodadura por alguna de estas piedras.
Alcanzamos el surcar alegre del Boeza entre robles, acebos, tejos y alisos hasta dar con el primero de sus pasos, el Pontón de Salgueirón.

El sonido envolvente del río es música para nuestros oídos y hace más agradable si cabe ciertos tramos incómodos en los que hay que tirar un poco de fuerza y de técnica.
Tras ascender unos metros para superar la accidentada orografía regresamos al caudal para cruzarlo por un nuevo paso, el Pontón de las Palombas, compuesto por varias pasarelas de madera.

El trazado describe una curva hacia el oeste ofreciéndonos un tramo de valle más abierto, aunque con un pedregal como firme. Por fortuna son pocos metros y poco después podremos incluso progresar montados en las bicicletas, pero con precaución por lo que pueda venir.

Otros antiguos pontones acaparan nuestra atención, momento que aprovechamos para escudriñar en busca de algún oso.
La fortuna no nos sonríe con estos mamíferos pero sí con la mejora del estado del firme en los últimos dos kilómetros que nos restan para llegar a la siguiente población, y que navega encajonado por la vegetación de ribera.
Pronto nos reciben paneles informativos sobre el Bierzo y la ruta que estamos transitando, y estos a su vez hacen de antesala de la villa que presume de tener el nombre más largo del territorio español: Colinas del Campo de Martín Moro Toledano.
Colinas debe su nombre a Martín Moro, capitán de las tropas musulmanas que fueron derrotadas en la batalla del Campo de Santiago antes mencionada.
Esta coqueta localidad de casas de piedra y tejados de pizarra fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1994. Uno de sus hitos patrimoniales lo encontramos en la Ermita del Santo Cristo, con su característica arcada que sirve al mismo tiempo de pórtico y pasarela para los caminantes.
El templo se levantó en el siglo XVIII en estilo barroco y precisamente este año se han destinado unos 100.000 euros para su recuperación.
Abandonamos Colinas tomando una pista de tierra que todavía nos mantendrá paralelos al curso del Río Boeza. En los primeros compases lo hacemos por su margen izquierda, disfrutando de las bonitas vegas que también se nutren de distintos arroyos que bajan de la cumbres dominadas por el Pico Catoute.
Es una delicia ya que todo este ramal es en sentido descendente. Después, pasamos al margen derecho del río, donde cazamos a una peregrina francesa que coincidió con nosotros en el albergue de Fasgar y que por cierto, llevaba un ritmo espectacular.

El camino hace aquí una curva hacia el sureste enfilando los pies de un cordal de la sierra de Gistredo dominado por el Cerro Tixeo. Una delicia de recorrido acompañados de exuberante vegetación y el torrente de algunos arroyos.
Tras 5 kilómetros de senda, desembocamos en una carretera local que nos conducirá a la siguiente localidad: Igüeña.
La urbe nos recibe a la entrada del pueblo con un magnífico entorno conformado por su piscina fluvial que aprovecha el paso del Río Boeza, cuyas aguas son muy recomendables para el baño.

A orillas de este agradable lugar creado para el ocio y disfrute se encuentra el Albergue de Peregrinos Catoute, ideal para finalizar etapa. Pero nosotros tendremos que continuar, no sin antes aprovechar el fantástico restaurante “La Playa”, donde disfrutamos de un más que decente Menú del peregrino.
Algunos detalles recuerdan el pasado minero de la localidad, principal sector económico durante muchos años.
Nos despedimos de nuestra peregrina francesa, que también almorzó aquí, y posteriormente salimos de Igüeña por la CV-127-1.
Muy pronto las señales nos introducen en una pista que nos sorprende con un repentino repecho al 10% de inclinación.
Surcamos las estribaciones de las laderas de la Sierra de Gistredo, de la que también bajan arroyos, como el de San Martín que nutren al Boeza.
El espacio herrumbroso de ciertas zonas y carente de vida nos da pistas del pasado minero del lugar. Estamos en el Alto Bierzo, donde la llegada del ferrocarril promovió la explotación de numerosas cuencas mineras en la zona.

Las señales nos dirigen por un terreno ascendente, algo rompepiernas que poco a poco nos irá alejando del Valle de Boeza para ir aproximándonos al de Noceda.

Viramos ahora hacia el oeste, recorriendo las estribaciones de la ladera sur de la Sierra de Gistredo, que protege con sus cimas el norte de la próxima localidad a la que nos dirigimos: Quintana de Fuseros. Entre estas cumbres destacamos el ya mencionado Cerro Tixeo o el Pico de Piedrafita, de 1766 metros de altura.

Esta villa tiene orígenes templarios, orden que reconstruyó el poblado sobre los cimientos de otro destruido por los musulmanes. Se dice incluso que en la época celta ya existían asentamientos debido a la presencia de restos de castros por la zona. También hay indicios de ser paso de una vía romana.
Una fuente de mediados del siglo XX homenajea a las mujeres que labraron la tierra (Fuente de San Isidro). También hay un hito homenajeando a un vecino muy comprometido con su tierra.
Y es que el sector agrícola junto con el ganadero fueron un importantes motores económicos del lugar. Solo hay que fijarse en la extensión de praderas que bañan esta depresión situada al sur y de las que obtenemos mejores panorámicas conforme las vamos dejando atrás al tiempo que iniciamos un nuevo ascenso.

Una subida no muy exigente que irá remontando de inicio los Candales de Quintana para luego hacerlo por el Campo de la Mora. Una avería nos mantendrá un poco en vilo, al final conseguimos tirar de esta forma.
Pinares y robles dominan la arboleda de un terreno que superará la cota de los 1070 metros de altura, hecho que nos regala fantásticas panorámicas del Valle de Noceda.


Población y Río al abrigo del Pico Gistredo. Más allá podemos incluso adivinar la Sierra de los Ancares.

Pronto iniciamos un descenso que nos irá colocando en la vertiente sur de esta loma donde además de los robles, se adivinan encinas. A esta zona se la conoce como el Monte del Sardonal.
Precioso manto de arboleda que tendremos que atravesar ahora en estos últimos compases antes de llegar a nuestro destino de hoy, Labaniego.
Y aquí, en Labaniego, nos espera La Casa Mágica, un singular complejo en continua construcción nacido de una quimérica ilusión que hoy Diego, su creador, está convirtiéndola en realidad. Su ideal es vivir con lo necesario, de lo que la tierra y sus animales pueden darle al tiempo que ofrece alojamiento al peregrino.
Nuestra estancia de hoy será una antigua casa de piedra que Diego está reacondicionando.

No tiene lujos, pero mirando un poco más allá, descubrimos que hay otros lujos más valiosos como el poder disfrutar de la compañía de animales en libertad o de la de los vecinos de la localidad que se reúnen en torno al pequeño bar improvisado que Diego pone también a nuestra disposición. Una experiencia diferente, para abrir la mente y dejarse llevar por la magia del camino.
Hasta la próxima,

