2 · VILLASANA de MENA – SANTELICES
VILLASANA de MENA – SANTELICES» (53 Kms)
Las Merindades burgalesas serán las principales protagonistas de esta etapa en la que conoceremos los orígenes del nombre de Castilla, poblaciones con entidad histórica, calzadas medievales y unos bellos entornos naturales no faltos de exigencia que apretarán nuestro final de etapa.
Se presenta una bonita mañana en Villasana de Mena para ir despertando con un buen café y prepararnos para afrontar la jornada.
Nada más salir de nuestro alojamiento topamos con el Convento de Santa Ana, un templo de estilo mudéjar fundado en 1516.
Vamos a iniciar la etapa tomando los consejos de los vecinos, que nos recomiendan, debido al mal estado del camino, seguir la carretera hasta el desvío de Taranco.
Serán unos 4 kms de trayecto en donde pasamos por el interior de Barrasa, que nos evita algunos metros de la transitada carretera CL-629, aunque luego tendremos que rodarla para coger el desvío a Taranco e incorporarnos a una agradable pista vecinal: un perfil suave por el Valle de Mena con los Montes de la Peña al Sur y la Sierra de Ornedo al Norte.
El asfalto discurre por un entorno cargado de historia. Concretamente, aquí se fundó el 15 de Septiembre del año 800, el Monasterio de San Emeterio de Taranco en un lugar que hoy ocupa una placa conmemorativa y una Ermita.
La placa nos descubre que en los documentos de la fundación del monasterio, se escribió por primera vez la palabra Castilla para referirse al territorio en el que se encontraban las propiedades que se adhirieron al templo.
Para recordar y homenajear al monasterio se levantó en 1994 la Ermita de San Medel de Taranco. También se agregó a su vera este Crucero.
Toda una iniciativa impulsada por los Asociación de Amigos del Monasterio de Taranco con la que han conseguido perseverar este hecho histórico para que no caiga en el olvido.
Dentro del pórtico de la Ermita, hay placas conmemorando al fundador de la Asociación y a un Ilustre Geólogo enamorado de esta tierra.
Nosotros dejaremos seña de nuestro paso en el libro a disposición de los visitantes.
La señales dejan bien claro la dirección a seguir, así que manos a la obra. El terreno bacheado nos hace avanzar con torpeza, quizá es buen momento para bajarse de la bici y disfrutar de las vegas del Arroyo de los Valles.
Este formidable entorno alivia un poco el pesar de tener que rodar con intermitencia: cuando no es causada por los obstáculos del firme, lo es por miedo al despiste. Pero pronto conseguimos encontrar la dirección correcta.
En la pequeña aldea de Hoz de Mena nos incorporamos a una pista cimentada que nos conducirá a la localidad de Concejero. Circulando por esta localidad, bien podemos apreciar la arquitectura tradicional de la zona, con grandes casonas y viviendas porticadas, o con trazas medievales, como algunas que se advierten con cuerpos voladizos afianzados con madera.
A la salida de la urbe se ubica una Ermita construida en el siglo XVII, en la que nos llama la atención un escudo heráldico con claras referencias a la Orden de Santiago, como son las Vieiras y la Cruz.
Abandonamos Concejero siguiendo el curso de la carretera local al tiempo que remontamos el Valle por el que transita el río Hijuela. Un tramo muy poco frecuentado por vehículos, que nos lleva por un delicioso entorno de prados parcelados hasta la localidad de Arceo.
Aquí en Arceo hay un templo dedicado a San Pedro, cuyo complejo se reformó en el siglo XIX y cuya particularidad externa es la torre cilíndrica que sobresale del muro sur y un escudo del siglo XVIII.
Pero Arceo también es relevante por dar inicio al tramo mejor conservado de la Calzada de Mena o también llamado Camino Real de las Endezorras. Un itinerario de 2,5 y medio que comienza por una pista cimentada en un área abierta dominada por pastizales. No está muy claro el origen de esta calzada, pero una de las teorías de más peso es que la iniciaron los romanos para comunicar la antigua Flavióbriga (actual Castro Urdiales) con Pisoraca (actual Herrera de Pisuerga), para luego ser acondicionada entre los siglos XVI y XVIII con el fin de mejorar las rutas comerciales entre Castilla y la costa Cantábrica.
Una vez dejamos el pavimento comenzaremos a adivinar los primeros atisbos del antiguo empedrado de la calzada. Aunque este se manifestará de forma más evidente una vez que el sendero se encajona en el bosque.
El Camino va paralelo al Río Hijuela, recorriendo la falda del Alto del Cabrío que pertenece al Macizo de Ordunte.
Es inevitable pensar que por donde ahora ruedan nuestras bicicletas, antaño lo hacían las carretas de comerciantes, mercaderes y feriantes. Quizá ellos tuvieran más problemas a la hora de salvar algunos obstáculos.
De lo que no dudamos es que seguro aprovechaban las aguas del Hijuela para sofocar calores, hidratarse y asearse. De hecho aquí hay un bonito paraje dominado por una cascada que ahora no dispone de agua debido a la falta de lluvias. Así que habrá que hacerse una idea y volver en otra época para disfrutarla.
El camino asciende, dejando el río a unos metros de caída y ganando altura hasta cielo abierto, saludando de nuevo al sur los Montes de la Peña.
Robles y encinas dominan ahora estos páramos hasta llegar a Irús, pueblo que nos recibe por su cementerio. Un complejo en el que no pasa desapercibida una gran capilla funeraria levantada por una conocida familia del lugar a inicios del siglo XX.
Muy próximo al cementerio, mientras proseguimos ascendiendo el camino se va adivinando la estructura de la Iglesia de San Millán de Irús. Un templo construido por la noble familia Vivanco Angulo entre finales del siglo XV e inicios del XVI a modo de panteón funerario para los miembros del linaje.
El estilo del edificio es de un gótico Isabelino y lo que más resalta de él a simple vista es su robusta torre campanario, que se acerca más a la de un castillo que a la de una iglesia, por lo que se puede considerar un templo religioso fortificado. En este sentido, la torre es síntoma de la financiación nobiliaria del edificio.
Irús también es un buen lugar para apreciar la arquitectura tradicional de la zona, pero debemos seguir avanzando.
Ahora lo hacemos en ascenso por una carretera paralela a la CL-629. Unos 600 metros después las señales nos meten en un carril de tierra que no tardará mucho en desembocar en otra pista asfaltada. Por aquí circulamos 700 metros dejando Leciñana de Mena a nuestra izquierda.
Y antes de que acabe el asfalto nos incorporamos a otro carril con disparidad de firmes. De la tierra pasamos a un mullido césped en el que parecemos estar circulando por arena húmeda, lo que incrementa la resistencia. Como estamos ascendiendo, el esfuerzo se hace mayor, así que no dudamos en echar pie a tierra.
Y cuando empezamos a superar este tramo, aparece otro de roca y piedra con un 12 por ciento de inclinación en su pendiente.
No hay dolor!
Lo peor de esta jornada no sabemos si es, pero desde luego es una zona dura para ir en bici. Además, las sorpresas no terminan de llegar. En algunos metros el trazado se estrecha y la vegetación lo carga de imprecisiones.
Aparte de las vicisitudes del terreno tendremos que atravesar ciertos pasos. El primero de ellos solo accesible para viandantes, lo que nos hace coger las bicicletas a pulso para llevarlas al otro lado del muro.
Al resto llegamos con algunos problemas en la visibilidad de la señalización que solventamos con el track.
Y ya al cruzar el último de los pasos finalizamos este ascenso que nos ha llevado por las estribaciones de la loma que forma el pico Hayas Altas.
El descenso pronto tomará una agradecida pista de tierra que nos irá dejando ver los tejados de la siguiente localidad: Bercedo.
Entramos en la urbe por su arteria principal, que nos da de bruces con el ábside semicircular de la Iglesia de San Miguel Arcángel, que delata su estilo románico con una ventana. El edificio se fabricó en el siglo XII en mampostería aunque la torre y el pórtico de la entrada sur son del siglo XX.
Concretamente la entrada sur es la más rica en cuanto a ornamentación. Su portada se compone de un arco ligeramente apuntado con tres arquivoltas con distintos motivos decorativos. La central presenta dientes de sierra pero las otras dos contienen figuras de bestias, soldados, bustos, ángeles o santos, como San Pedro y San Miguel -el uno con su llave y el otro con su libro.
Las arquivoltas descansan en capiteles también ricamente decorados con elementos vegetales y figurativos que parecen haber conservado algo de lo que pudo ser la pigmentación original. La ornamentación también se aprecia en algunos fustes de las columnas, algunas con trama en cestería.
Destacables también son las dos ventanas románicas que hay a ambos lados de la puerta. En una de ellas observamos en su tímpano la presencia de un caballero; ¿corresponderá a la figura de Santiago?
Abandonamos Bercedo siguiendo un carril de tierra que desemboca en la Nacional 629. Cuidado aquí puesto que hay que cruzarla para continuar de frente por este otro camino algo mullido, aunque pronto conecta con una pista en mejores condiciones.
Estamos transitando la Merindad de Montija lindando en principio las localidades de Quintanilla Sopeña y Villasante, siendo esta última la capital administrativa del municipio.
Es un perfil bastante cómodo de cliclar, rodeado de parcelas agrícolas y pastizales que se alternan con majestuosos robledales. Al sur se delimita por las aristas cortadas de los familiares Montes de la Peña y al Norte por la Sierra de Ordunte.
En la población que sí entraremos será Loma de Montija, para cruzar por un puente uno de los ríos que surca esta Merindad, el Río Trueba. Este puente se construyó en 1918 gracias a las aportaciones de los vecinos. Una leyenda bajo el mismo así lo atestigua.
También aquí dejamos atrás su Iglesia de Santa María que destaca exteriormente por el campanario frente a la simplicidad artística del resto del conjunto.
Abandonamos Loma de Montija por un camino de tierra cercado de bastante vegetación, aunque el perfil no tardará en volver a subir y mostrarnos la depresión que seguimos recorriendo.
Pero ahora el paisaje nos aproxima la silueta sinuosa que forman los riscos de la Sierra de Bedón, pertenecientes ya a la Merindad de Sotoscueva, lo que significa ir dejando atrás los queridos Montes de la Peña que tantos kilómetros nos han acompañado.
Estos montes tampoco se quedan atrás el espectacularidad, como el Bedón con sus 1092 metros de altitud de roca caliza.
Poco después tenemos que cruzar de nuevo el Río Trueba para acceder a una carretera que surca un magnífico robledal centenario. Aquí se encuentra el Albergue de Espinosa de los Monteros y las piscinas municipales de la localidad.
Nosotros pasaremos de largo para entrar en esta histórica población castigada por numerosas batallas a lo largo de los siglos por su estratégica situación, entre ellas la dolorosa derrota del ejército español ante el francés en 1808, en la Guerra de la Independencia.
Pese a todo, mucho de su patrimonio ha permanecido en pie, como la Torre de los Monteros, edificio de carácter defensivo levantado en el siglo XVI en mampostería y sillería. De sus esquinas sobresalen estructuras circulares y el balcón y entrada de la fachada sureste terminan en arco apuntado.
A la torre se accede por un patio que tiene una entrada esquinada en forma circular a modo de torres almenadas con saeteras para la defensa y escudos de pertenencia de linaje. En el frontón triangular superior destaca el blasón, con yelmo y escudo girados a la izquierda como gesto de reverencia a otra torre que se halla en esa dirección.
Este complejo pertenece a la denominada “Ruta Heráldica” de la urbe, y es que avanzando por las calles se advierten los numerosos edificios blasonados que dan fe de su rico pasado histórico.
Otro ejemplo es el Palacio del Marqués de Chiloeches, edificio barroco del siglo XVII al que nos acercamos por su espalda. Después giramos para contemplar su fachada, campuesta por dos torres que enmarcan una entrada en cuyo frontón se postra un ostentoso escudo.
Continuando por la Plaza Sancho García visualizamos la estructura de la Iglesia de Santa Cecilia, construida en el siglo XVI en estilo renacentista.
No nos detendremos mucho en ella puesto que debemos avanzar y Espinosa de los Monteros tiene muchos más monumentos que ofrecer, como la Iglesia de San Nicolás fundada en el siglo XII en estilo románico pero en el siglo XVII tuvo que ser reconstruida por su deterioro. Lástima encontrarla cerrada ya que en su interior descansa un valioso retablo gótico del siglo XV.
Próximo a ella se ubica el Palacio de los Cuevas Velasco, edificio que se empezó a levantar en el año 1623 y al que hay adherido una Capilla con advocación a Santiago, como bien confirma la talla de la hornacina de la fachada. Y no es la única referencia a Santiago que encontraremos, ya que el escudo de los Velasco presente en el complejo se planta sobre la cruz de esta Orden.
Buscamos ahora la salida de la localidad tomando la Calle el Río, paralela al Trueba, que nos ofrece el bonito entorno del Parque Pendu en el que se aprovecha el caudal del Río para gozarlo en forma de piscinas naturales.
Las señales nos mandan a cruzar el río… y posteriormente a darle brío al cuerpo para superar unos escalones.
Subir esta pequeña loma nos brinda nuevas escenas, como la presencia de la Torre de los Velasco, construida entre los siglos XIV y XV por Pedro Fernández de Velasco, Señor de Medina de Pomar.
El edificio que se crea en sillería poco uniforme, todavía conserva sus almenas y como elementos arquitectónicos de interés se observan por un lado, los orificios – también llamados mechinales – que se empleaban para introducir las vigas para la construcción; y por otro lado, los canes que son esas pequeñas cabezas redondeadas pertenecientes a los extremos de las vigas que sujetan la estructura.
Las señales nos hacen subir al barrio de Santa Olalla para posteriormente incorporarnos a un bonito pero exigente cordel que recorrerá las faldas de la Sierra de Guzmántara.
Por unos momentos nos plantamos ante un balcón al Valle de Sotoscueva, y por otros atravesamos bellas galerías de vegetación.
La senda conecta con la aldea de Para de Espinosa, que dispone de un pequeño templo dedicado a Santa Eulalia de Mérida. Un monumento artificial junto a otro natural, como es la cresta kárstica de Peña Caballera.
La tendencia ahora es descendente y el firme es cómodo, pero nunca hay que confiarse… Las travesuras de este alambre van a dejar de funcionar durante un tiempo. Un sendero con algo de piedra suelta y una inoportuna pendiente será el siguiente tramo a superar antes de llegar a la aldea de Redondo.
Aquí hay otro pequeño templo de arquitectura popular, este dedicado a Santiago y a San Cristóbal y como sucede en otros muchos templos que encontramos, su acceso está inhabilitado. Al parecer en su interior guarda una talla policromada de Santiago.
Pese a todo, el entorno hace que la parada aquí sea reconfortante.
Descendemos para avanzar unos metros paralelos a una línea de ferrocarril por un carril que pronto nos colocará en una pista asfaltada rumbo a Quintanilla del Rebollar.
Casi podemos acariciar los montes kársticos a nuestra izquierda, unos accidentes geográficos que albergan las espectaculares cuevas del Monumento Natural Ojo Guareña, que lamentablemente no tendremos tiempo de visitar.
Quintanilla del Rebollar, otra población cargada de arquitectura tradicional y nobiliaria nos recibe con esta fuente-abrevadero del siglo XIX. Su Iglesia es la de San Clemente, de estilo románico y construida en el siglo XII, pero no nos convenció el tener que desviarnos para verla ya que el tiempo apremiaba.
Nos quedaba todavía un incómodo tramo que iba a comenzar aquí, en el Centro de Interpretación Parque Ojo Guareña.
Este tramo es precioso, recorriendo la denominada “Senda del Valle” entre robles, pinos, castaños y cipreses y siempre paralelos a las vías de ferrocarril.
En ciertas zonas hay que extremar las precauciones ya que las sendas se empinan y se estrechan hasta llegar a unas pasarelas de madera sobre el paso de pequeños arroyos.
Es terreno tobogán, lo que se baja, hay que subirlo. A veces vamos más lentos que un peregrino a pie y la tarde empieza a caer. Una ancha pista forestal nos da esperanzas de avanzar con más presteza …pero enseguida nos conduce a otra angostura.
Pese a estar más tiempo bajados de la bici que encima de ella, disfrutamos de este bello entorno natural, pero claro, hay otros factores que empiezan a minar la moral.
Y un último obstáculo en forma de ganado vacuno nos hace decidirnos por tomar por carretera el último kilómetro hasta Quisicedo.
El albergue de Santelices era el objetivo inicial, pero como la noche se nos estaba echando encima, intentamos buscar alojamiento en esta población pero no había nada disponible. Así que a Santelices por carretera para evitar que se nos cayera la noche.
En Quintanilla de Sotoscueva hay una tienda para avituallarse para la cena ya que en Santelices parece no haber muchos servicios abiertos.
Retomamos la vía BU-526 directos a nuestro destino, con unos dos kilómetros exigentes después de Entrambosríos. Pero una vez superado esto se disfruta de una espectacular bajada sin apenas tráfico, escoltados por la muralla rocosa que cierra Ojo Guareña entre los valles de Sotoscueva y Valdeporres.
El día ha sido intenso y aunque nos hemos quedado sin visitar las cuevas de Ojo Guareña, en el Albergue de peregrinos de Santelices recibiremos una gran compensación para suplir esta carencia.
Resulta que el albergue lo lleva un grupo de espeleólogos de las merindades, los cuales nos recibieron como si fuésemos de la familia.
La presencia de más peregrinos fue una grata noticia, lo que confirma que este camino va creciendo poco a poco. Y ya que formábamos un público entregado, asistimos a una representación 3D de espectaculares imágenes sobre las incursiones de este grupo en algunas cuevas impresionantes, alguna de ellas en Ojo Guareña.
El camino no deja de sorprendernos. Hasta la próxima!